sábado, 28 de marzo de 2009

Winston Orillo nos habla de "El Paraíso del Diablo"



MURAL DE PALABRAS

Por Winston Orrillo

ORGÍA DE LA PARCA

Muy ocupada parece haber estado la innombrable. En pocos días, que para ella son apenas briznas de sueños, nos vimos privados de la presencia de gente que, con mayor o menor cercanía a nuestras laderas, formaba parte, sin duda, del universo heteròclito de las letras.

Poetas, periodistas, narradores han pasado los límites y ahora habitan allende el tráfago en el que –no sabemos por cuánto tiempo más- todavía discurrimos nosotros.

Guillermo Thornicke, periodista polémico, fundador y petardista de diarios, dueño de un estilo que muchos le admiran, pero, sobre todo, agitador de un gremio ahíto de contradicciones…Algunas de sus obras –a caballo entre la literatura y el llamado “nuevo periodismo”- seguramente serán estudiadas –y evisceradas- por las nuevas generaciones; el querido y denostado “pollogordo” que acumulara epítetos y ditirambos, concluyó su tránsito terrenal, en medio de la controversia de la que se salva su estilo y su perspicuo sentido de la oportunidad –que algunos, por cierto, no vacilan en llamar oportunismo.

Malgré tout (a pesar de todo) hay títulos suyos que se abren paso entre una maraña de textos –como el dedicado al truhán gobernante- y que –pienso en No, mi general y la saga sobre Grau- se aprestan a resistir el inevitable deterioro y la justiciera exégesis post mortem. Su última presea, sin embargo, fue la rutilante serie de revistas que, con el título de Martín, realizó para la USMP.

Blanca Varela ha sido calificada como la voz más alta de la poesía femenina en la centuria que amanece, y en la recientemente fenecida. Sus méritos, indudables, la hicieron poseedora de un estilo, preciso, concreto, para señalar las incongruencias de la vida en la postmodernidad, la misma que, sin embargo, la tomara -¡oh, paradoja!- como su representante más calificada, sin pensar en que, todo lo que escribía la autora de Ese puerto existe era, precisamente, la desmitificación de la sociedad inhumana que nos ha tocado padecer.

Quizá lo único que puedan objetarle mujeres poetas y combatientes –que las tenemos, ¡como no!- era su posición silenciosa que, algunos, podrían identificar como fácilmente asimilable por los que manejan el Establishment y a los que les conviene que los poetas sean calladitos, tìmidos y no participen de la hora de los hornos que padecemos, hasta que amanezca el mundo distinto, que ya sabemos posible.

Nicanor de la Fuente, “Nixa”: había pasado los cien años (murió ahorita mismo, en marzo, a los 107) y se mantenía lúcido, poseedor de una ironía que aprendió en sus aventuras vanguardistas que, lo sostenemos, nunca se conjugaron en pasado dentro de su espíritu juguetón. Era el poeta-símbolo de Chiclayo (a pesar de haber nacido en Pacasmayo, en 1902), adonde fuimos, hace unos años, con Manuel Pantigoso y otros, para rendirle un justo homenaje.

Las barajas y los dados del alba (1938) , fue uno de sus libros más representativos, Y, asimismo, La feria de los romances (1940) y Paisajes para colgar en la pared (1969): ¿alguien puede poner en duda su prosapia vanguardista? Pero “Nixa” además, y no solo por añadidura, fue un periodista de polendas: con una columna diaria en “La Industria” (desde 1952) , la convirtió en un verdadero mirador, en una atalaya, desde la que vio el discurrir de la vida en su otrora apacible capital del departamento de Lambayeque. Primo del gran Martín Adán (no olvidemos el nombre civil del autor de La casa de cartón: Rafael de la Fuente y Benavides), compartió con éste el espíritu desmitificador, la salutífera ironía que fue, por otro lado, característica corrosiva del vanguardismo que ambos practicaron a ultranza. Errare Humanum est: su único defecto: desde los tiempos aurorales del trujillano Grupo Norte, fue aprista toda la vida. Pero de los que creyeron en ese mito, que hoy yace en los basureros de la historia.

Y AHORA HABLEMOS DE LA AURORA: “FICO” GARCÍA SIGUE CREANDO

Luego de tanto obituario, volvamos a la vida. Se trata de Federico García, el inolvidable director de cine, el que nos hizo vibrar con el runa sini de Kuntur Wachana, Laulico, El caso Huayanay o Tùpac Amar:, por una decisión encomiable del Rector de San Marcos, ocupa la dirección de su Centro Cultural, en la histórica Casona del Parque Universitario.

Y es, desde entonces, otra la atmósfera que se respira allí. Plena de vida popular, el arte y la creación poliédrica discurren en las exposiciones pictóricas, los homenajes a los creadores vernáculos, las discusiones y polémicas sobre temas tan neurálgicos como “el poder mediático”, la presencia de las nuevas generaciones de bardos, los cantos de los coros, la música “telúrica y magnética” de los danzantes…en fin. Se trata nada menos que del cumplimiento del pensamiento de Vallejo: “Todo acto o voz genial, viene del pueblo, y va hacia él…”

Pero acá no concluye todo. Pues aquello es un ímprobo esfuerzo, qué duda cabe; sin embargo no ha obliterado el poder de la propia creación de Fico.

Y con un entusiasmo laudable lo vemos ganarle tiempo al tiempo de las tareas burocráticas, para entregarnos verdaderas preseas narrativas, como El paraíso del diablo, una novela que no vacilamos en calificar de fundacional y donde la trama, el ambiente y la cosmovisión –o, como la llamara el abuelo Kant: weltanschauung- nos embrujan y, a la vez, conmueven, al caer en cuenta que se trata, nada más y nada menos, que el substrato de nuestra cultura ancestral que se resiste a morir.

Muy bien escrita y poseedora de un lenguaje poético –como que su autor se iniciara con la publicación de textos en verso- la novela en referencia demanda más de una lectura, y, sobre todo, exige un lector crítico que, de repente, aún no amanece.

Pero, también, tenemos Piel de fuego, otra novela que, como río incoercible, es fruto de su talento. Mientras tanto sabemos que, en el momento que estas líneas aparezcan, igualmente estará pugnando por publicarse otro libro de este querido escritor y promotor cultural.

OTRO CHOLO GENIAL: JOSÉ LUIS AYALA

Qué hermosa es la palabra cholo cuando se aplica a nuestros hermanos, creadores impertérritos como el cholo Vallejo, el cholo Arguedas y, ahora mismo, el cholo José Luis Ayala.

Nacido en 1942 en Puno, si ustedes me preguntan cuántos libros tiene él, yo les respondo que, perdonen, pero no tengo a la mano mi calculadora.

Prolífico, torrencial y, sin embargo, tierno como los pukiales, José Luis es, ante todo, un poeta excepcional, pero también es narrador, antinovelista (Simón Bolívar, entre el amor y la guerra) y ensayista (Política cultural y política para la cultura) , biógrafo por antonomasia (su libro sobre Oquendo de Amat es una joya insuperable), y, como nosotros, como los hermanos de EDUCAP, es, básicamente, un hombre, un intelectual, un maestro (que ha trabajado en aula, no cabe duda) que cree en que un nuevo mundo es posible, y cuyos albores ya estamos empezando a columbrar.

José Luis, actualmente a cargo de la Página Cultural del único Diario progresista del Perú, hace periodismo con la convicción de que cada letra, cada línea, cada párrafo, cada página, deben estar al servicio del hombre nuevo, de aquel por el que lucharon Bolívar (a cuyos amores con Manuelita Sàenz dedica el libro delicioso citado líneas arriba) y con el que soñó Vallejo (otro de sus leit motiv) y el desiderátum de José Carlos Mariátegui, nuestro Amauta irrenunciable (al que dedica su libro Mariátegui y la inteligencia Perú-Boliviana).

Ayala tiene una trayectoria de creador que largamente ha superado las cuatro décadas, si contamos desde Viaje a la ternura, 1966, editado en Arequipa, y luego que ganara, en 1967, el Primer Premio “Sankayo de oro”, de los II Juegos Florales de Poesía Sur Peruana, realizados en Juliaca. Estos poemas fueron publicados en el libro Nosotros somos también seres humanos, que tiene como prólogo un texto de la excelente poeta arequipeña, Gloria Mendoza Borda, quien escribe, entre otros conceptos, que “La poesía de José Luis Ayala, y no solo la poesía, ha sido a lo largo de más de treinta años de laborioso trabajo, el esfuerzo de un escritor provinciano por afirmar su condición de poseedor de una cultura que va más allá de lo propiamente occidental. En su obra está la actitud del hombre por articular un discurso en el que no renuncia a los elementos culturales que lleva dentro de su nacimiento, y, más allá, dentro de una memoria colectiva. Aunque esta batalla comporta ubicarse dentro de los linderos de la inclusión y la exclusión en el sistema literario dominante. Existe en todo ello una visión distinta, común a muchos escritores peruanos de hoy, cuyo número y calidad empieza a crecer y establecerá –si no lo está haciendo ya- otro sistema literario más ajustado a la realidad nacional y la composición cultural del país, y en el que José Luis Ayala tiene un lugar importante”.

No podemos, finalmente, dejar de transcribir el último de los poemas de este libro esencial de José Luis Ayala:


Diez

Vengan a salvar a un hombre que agoniza
al borde de un charco de sangre.

Ayúdenme a levantar su cuerpo y decirle
que no se muera precisamente ahora,
cuando más falta n os hace su ternura.

Que los niños lo llamen por su nombre
y la muerte no se lo lleve esta tarde
en su brioso caballo negro.

Lleguen jóvenes, ancianos y mujeres.
Es un hombre del pueblo como nosotros
con una bala que le arrancó el corazón

Acudan todos los hombres del mundo
para decirles a los déspotas, nada es eterno
y no durarán los mecanismos del miedo.

Todo está dicho y no quieren reconocer
que nosotros somos también humanos.


Puno, 24 de setiembre-10 de octubre de 1967.

Piel de Fuego Por Ricardo Gonzlez Vigil


Domingo, 9 de Setiembre
Escríbanos

Letra viva
El gallo negro
Por Ricardo González Vigil
El legado de "Matalaché" (1928) de Enrique López Albújar, novela que pinta la pasión erótica entre una ama blanca y un negro esclavo, en el contexto histórico de la emancipación, resplandece más cautivante e intenso, con mayor expresividad verbal y mejor elenco de personajes en "Piel de fuego", la segunda novela del conocido cineasta Federico García (Cusco, 1937).
Supera a López Albújar en el retrato de la etnia negra, con su idiosincrasia, sus creencias y costumbres, su ingenio quimboso y destreza para improvisar versos en contrapunto (todos los insertos en la novela conjugan con brillo, ritmo, picardía y crítica corrosiva el orden existente). Y es que después de "Matalaché" la narrativa peruana ha ido adentrándose en la negritud con hondura creciente: desde José Diez Canseco hasta las voces culminantes de Antonio Gálvez Ronceros y Gregorio Martínez; paralelamente, se ha sabido difundir el tesoro de la poesía oral afroperuana. Todo ello lo ha sabido asimilar Federico García tendiendo conexiones entre lo andino (central en su filmografía y libros de ensayo) y lo afroperuano: "El indio le enseñó todo lo que sabía, y lo que aprendió el negro fue mucho. () Se dieron cuenta de que, palabras más, palabras menos, ambas religiones eran como dos caras de la misma moneda: Todo consistía en lograr una profunda identificación con el orden natural y la comprensión de las cuatro o cinco verdades que regían al mundo" (p. 125,145). Al respecto, recordemos que César Calvo (de ancestros amazónicos, autor de poemas en quechua y animador de Perú Negro, todo junto) ligó lo amazónico, lo andino y lo afroperuano en "Las tres mitades de Ino Moxo" (1981), triple herencia marginada por el "Perú oficial" (expresión de Basadre).
De otro lado, en comparación con "Matalaché" el género de la novela histórica ha cobrado vuelo en las tres últimas décadas con José Antonio Bravo (sus novelas sobre lo afroperuano en Saña), Luis Enrique Tord, Fernando Iwasaki y Fernando de Trazegnies. Repárese que la contextualización histórica no ha atado la rica imaginación de García para entregarnos un gallo de antología (matrero, rebelde, capaz de emborracharse, etc.), escenas de dionisíaca lujuria (la hacendada y sus negros en el lagar), el superolfato del lacayo Satanás, las tentaciones oníricas del cura en agonía o a Elena entrando y saliendo del espejo en el capítulo final.
TÍTULO"Piel de fuego"AUTOR Federico García H.EDITORIAL Ricardo Palma
ARGUMENTOBasándose en la tradición oral, la novela recrea las hazañas (a favor de la etnia negra, esclava todavía o viviendo liberta en la miseria) del mulato manumiso Matías Cotito, acaecidas en Chincha a mediados del siglo XIX. Las enseñanzas de Roncal (sacerdote de las deidades africanas) lo hicieron asumir orgulloso sus raíces y oponerse a los hacendados convertido en el misterioso Gallo Negro (a quien acompaña un gallo de pelea de color negro, legendariamente invencible). Esa trama se entreteje con la pasión amorosa que envuelve a Matías y Elena, la hermosa hija de la hacendada más poderosa (una viuda que une la tiranía a la lujuria en el trato con sus esclavos), a la cual pretende el torvo hijo de otro hacendado.

lunes, 23 de marzo de 2009

Opina Edgar Montiel



From: Montiel, Edgar
Sent: Friday, March 20, 2009 4:46 AM
To: pilar roca
Subject: RE: informacion theotonio do santos
Estimada Pilar: un cordial saludo desde París para ti y Federico.

Gracias por compartir conmigo estas informaciones, y saber que Theotonio va a compartir con los peruanos su penetrante visión de la crisis con nuestros compatriotas.

Aprovecho para decirles cuán grato me ha sido leer Piel de Fuego, que me regalaron cuando fui a visitarles. Una novela bien escrita, con un lenguaje depurado y arcaico que instala al lector en la época (¡ese contrapunto de versadotes es de antología¡), con una intriga bien planteada que agarra al lector desde la entrada y no lo suelta hasta l última línea. Y finalmente, el contenido, el mensaje, de que el mundo andino y el mundo afroperuano, han estado unidos por lazos muy estrechos, que entre indios y negros han compartido la experiencia de la explotación colonial y han emprendido juntos las mas diversas estratagemas de resistencia, como muestra muchos pasajes del libro.

Este mensaje me parece de lo mas pertinente, pues la “ideología criolla” enfatiza y promueva la separación de estas dos fuerzas sociales, y los libros de texto de educación imbuidos de mentalidad colonial trasmiten mensajes fragmentadotes (la tesis de “gallinazo no canta en puna”) Esta es una ideología racista y divisionista. Creo que este libro merecería una mayor difusión entre las nuevas generaciones.

Desde hace un par de décadas –estando en México, en Cuba, en Haiti- he seguido de cerca la odisea de la presencia africana en América y he visto cómo contribuyeron a la construcción de las nuevas naciones. Claro, participaron activamente en las luchas de independencia, pero no sacaron grandes beneficios, pues les retacearon hasta lo mas esencial: la abolición de la esclavitud (en Lima Socialismo y participación publicó un par de textos nuestros sobre estos temas). De modo que comparto plenamente la tesis de Federico.

Esto es lo quería decirles desde hace varios meses, que he leído esta novela histórica con delectación y gratitud con el autor (y la prosa de la prologuista, por supuesto).

Reciban un cordial abrazo,
Edgar Montiel

Críticas a las novelas publicadas


Octavio Santa Cruz Opina sobre "Piel de Fuego"

Piel de fuego, novela de Federico García

Mi primer intento de aproximación al texto, fue modalizado sorpresiva–casi bruscamente por un impacto visual -la carátula del libro, que por cierto, parece tener la intención taxativa de transmitir inequívocamente y ante todo: un clima.
Estereotipo o no, el color predominante es el Rojo, pero no un rojo en gama hacia los carmines o magentas, lo que podría conducir finalmente a la andrógina y mística espiritualidad del violeta, sino un rojo matizado con amarillo, vivo, pasional, presente en el plano de la expresión así como en el subtexto, tanto, que entre el adentro y el afuera apenas hay un límite de transición que nos permita contrastar el fondo con la figura.

Esta primera mirada a la carátula habría de concordar con la consiguiente lectura del texto. La historia, como sucesión de acontecimientos, transcurre paralela a otra historia: la de las motivaciones. Hasta donde es válido o reconocible, el punto de vista en esta novela insiste en hacernos mirar desde adentro y tiende a involucrar al lector contagiándolo de un pathos colectivo. El narrador, por lo general omnisciente y conocedor de las más íntimas represiones de sus personajes, da paso muchas veces al diálogo y en él ellos mismos se dan a conocer de manera convincente. La omnipresencia de lo erótico envuelve y sustenta la trama, la sensualidad tiñe, subyace y guía hasta el más breve diálogo. La lectura fluye, pero cuando nos damos cuenta, de pronto el que menos está -por así decir “en pie de guerra”-, si no siempre, por lo menos en su momento climático. El gallito negro es referido como un sultán en medio de sus gallinas ( p 245) y el cura culmina su última fantasía copulando en el arenal con una negra ( 236).
Crónica ficcional de hechos extraordinarios asumidos con la sencillez de la cotidianeidad, la novela rememora usos olvidados y rescata preguntas perdidas. Se ubica en el Guayabo, (p 39) en un espacio vital intermedio, donde persiste la esclavitud conviviendo con la emancipación (Candelario nació en el barco negrero, p 32).
El texto porta una carga de varios significados, varias intenciones y se solaza artificiosamente develando, en forma progresiva, las características de los personajes que se van delineando según se desarrollan sus propias acciones… “Doña Ricarda conoció a su difunto esposo durante los festejos que se dieron en Lima con motivo de la independencia (p 35)” esta breve referencia la presenta en su condición de dama acomodada, y con solo mencionar al esposo, anuncia la apertura de alguna incógnita sobre los hechos en torno a su viudez y el consecuente ejercicio del poder. Más adelante se deslizarán otros indicios sobre “tan extraña muerte” ( p 40) que al cabo no quedan del todo cerrados: “Algo espantó a su caballo” ( p 39). En la página 105 aparece doña Ricarda a los 15 años como la “moza más garrida y seductora de la región”, cualidades que inferimos la actual matrona no habrá perdido del todo, como se verá al final de la obra; en la p 113 empieza a desplegar los detalles de la causa de la causa, “Cuando la niña Elena traspuso la cerca… evocó el lejano episodio de su infancia que dio comienzo a sus tribulaciones”. Así cada referencia, aparentemente circunstancial, encaja en la construcción de un discurso total.

El uso del tiempo es flexible, salta como en el cine, en las primeras páginas presenta a los viajeros, comenta panorámicamente el contexto, se acerca tanto a un personaje que penetra hasta su pasado, vuelve al presente y con igual ritmo dramático los envuelve en el torbellino arrastrando de paso al lector al medio de la tormenta de arena “El ruido enloquecedor del viento los aturdía y ellos permanecían mudos, crispados, con la terrible sensación de que estaban asistiendo al último día de la tierra. (p 24)”. En momentos críticos se sirve de recursos visuales ( p 42), rompe el discurso en acciones cortas, usa el espacio, no las comas, ( p 277 y p 287 )

Los personajes que presenta nos resultan familiares, tanto por sus roles actanciales como por su ubicación geográfica y estratificada. Desde Matías Cotito,- el mozo fornido y mujeriego, o cuando menos el ideal instalado en el imaginario de las mujeres de la obra-; y su antítesis -el inicialmente sólido Candelario-, hasta la dama de sociedad prendada del plebeyo pardo son suficientes para armar una trama según el esquema clásico. También encontramos a el caballero, y a la madre, pero no creo que estemos en búsqueda del dudoso mérito de escapar de los estereotipos, lo que por otra parte no se cuán posible es; lo que sí es cosa de superar las recetas, y es aquí donde Fico baraja varios ingredientes que dicen bien de su buena sazón : El ambiente del duelo -esta vez combate de gallos y también de contrapunto a la manera de la lírica popular- ( p 33) es ágil, sustentado en la solvencia del autor para recrear el escenario de las lides de la oralidad (Huanchihualito, huanchihualón. Panalivio, m’alivio, son)
Desde el principio juega con una imagen de identificación, “el gallo negro” como le dicen al bandolero y el gallo de pelea que tiene Matías. Más de uno se lo pregunta, Don miguel entre otros: “Matías podría ser el gallo negro” ( p 38).
Esta personificación dejará de ser un recurso retórico para ser asumida como el aflorar de una causalidad que es mágica. “El gallito lo aturdió con su aliento” ( p 94). Incluso se establece un nexo etérico entre el animal y el dueño “Y en el corral de la hacienda, la negra Francisca miró estupefacta la resurrección del gallito” ( p 170 )

Un personaje en permanente rito de pasaje, que anuncia el llamado al mundo de lo extraño de lo no-explicable es el contrahecho negrillo sordo mudo, homúnculo poseedor de extraña percepción olfatoria, que finalmente completa el diseño de su lado obscuro al tirar de la manivela (p 2005) aunque en su desmesurado y elemental odio termina por desdibujarse soñando derrotar a Matias ( p 189)

Restitución de esencias perdidas, o mejor, interpolación de etnias paralelas, los Orishas ( [1] ), Oshun ( [2] ), y Shangó ( [3] ), son mencionados como cosa conocida; hasta Francisca resulta ser iniciada ( p 212)
La designación babalao irá desplazando el nombre real de Eliseo Roncal, hasta identificarlo como el hechicero poderoso que es, “Roncá é babalao, brujo grande” (p. 167) El término babalao aparece 47 veces ( [4] ), lo que presumo es algo casual, pero no deja de ser significativo ya que correspondería con el destino inacabado de Roncal.
48 es el número de un hechicero, de un shamán completado, sea negro o indio.
Y precisamente la figura de Roncal, al extinguirse es la que transfiere sus atributos al joven Matías dotándolo de la dimensión heroica y convirtiéndolo en mito. Y como en todo mito, el donante le asigna también al destinatario una tarea épica que resulta tener aquí un trasfondo étnico (irónicamente la utopía que ni él mismo siendo brujo pudo cumplir) “No olvide que el gayo negro debe ser un libertador” ( p 184)

En este sentido, la red de túneles opera cobrando una nueva dimensión, la de un símbolo social, (p 80) algo que socava la estructura, que es la alternativa y que siempre estuvo allí. Y en este ámbito la aserción es palmaria, el negro esclavizado es sumiso… “mejor esclavos y bien comidos” (p 90). Identificatorios ambos del binomio /esclavo-versus-liberto/, en el desarrollo, la transición estará representada por el mismo Candelario -antiguo enemigo de Matías- quien encuentra su identidad al lado del héroe: “La muerte del coplero parecía haberlos reconciliado” (p 158). Toda la escena de la liberación de Candelario tiene un mensaje constructivo (p 245 a 250).
La trama se va deshilvanando alrededor de la función ética del liberto y a su modo cada quien se reconcilia con su propia esencia:
La misma Francisca descubre la dimensión telúrica de Roncal (p 212) y jura venganza.
La excitación de Elena en la pachamanca (p 253) es una trasposición que preludia su inmersión en el mundo que siempre la ha estado llamando, su propia corporalidad.
Sorpresivamente y llegando al lado de su hija en el último minuto, hasta la desarraigada figura de la patrona intuyendo que “Una fuerza oscura salía del espejo” (pp 133, 134) hace un gesto por restituirse a su rol primigenio.

Es sabido que el género lo inaugura Enrique López Albújar exaltando el mestizaje de “Matalaché” con un carácter crítico y un irónico matiz social; acuñando en nuestro suelo y en el lejano 1928, el estereotipo de la pareja imposible dado el carácter contradictorio de ambos personajes -el apolo mulato y la princesa blanca.
Cinco décadas más tarde –en abril del 75- irrumpe Antonio Gálvez Ronceros reivindicando drásticamente la oralidad afroperuana y rescatando de entrada el habla coloquial lugareña en “Monólogo desde las tinieblas”, lo que logra con tal maestría que alcanza como por un tubo el grado de icono, lo que conlleva un lado fatal, con el cual al igual que otros, él tendrá que convivir ( Nunca Eleodoro fue más Vargas Vicuña que en el primer Nahuin y Leonard Nimoy será siempre el Sr. Spock).
En noviembre del 75 con “Tierra de caléndula” Gregorio Martinez inicia su aporte caracterizado para el gran público por un habla desprejuiciada, enfatizando lo que un sector más restringido llamará “la diferencia” y poniendo el dedo en el conflicto entre oralidad y escritura, lo que en siguientes publicaciones, el mismo recalcará haciéndose letra de la voz de otros habitantes de su ancestral Coyungo.
En 1989 José Antonio Bravo publica un ensayo novelado cuyo protagonista es el brujo Irere Mayó donde “los acontecimientos son aglutinados por medio de un hilo conductor o anécdota inventada”.
Y en una línea más ficcional pero no por ello menos documentada Cronwell Jara nos presenta en 1990 las primeras aventuras de Babá Osaím.
Finalmente, en 1994 el investigador José –Cheche- Campos sorprende a su público con la primera versión de “Las negras noches del dolor”.
Aquí un mea culpa… de Lucía Charún-Illescas solo puedo nombrar el título, “Malambo”.

A lo largo de ocho décadas, desde una tardía inscripción en el modernismo hasta ocupar un lugar al interior de lo real maravilloso, nuestros autores han poblado más que decorosamente este predio de nuestra literatura, la narrativa afroperuana. Dentro de este pequeño universo García se desplaza con soltura y decir que Fico encaja alturadamente dentro de este grupo es una frase que intenta ser elogiosa para el uno tanto como para los otros. La intertextualidad es aquí más bien una característica tácita de la secuencia histórica y no tengo mayores datos para saber si nuestro autor es o no tributario de sus antecesores, pero si así fuera, como dice Todorov “El reflejo en el texto de este conocimiento garantiza la competencia del autor”.

Así y todo, es innegable que con la elección de este tema y esos personajes, Fico, el narrador, echa sobre sus espaldas la ineluctable tarea de matar al padre. En qué medida esto haya sido logrado es cosa que los lectores están invitados a evaluar.
Por lo que a mí respecta, creo que mi sola dedicación para hacer estas notas es suficiente respuesta: en mi lectura el texto fluyó con regularidad, atrapando el interés desde un inicio y ubicándose en una espacio-temporalidad no conflictiva; el dialogo ameno logra que el lector reconstruya míticos tiempos idos o imagine extraviados arquetipos, todo lo cual es muy saludable para una etnia que aparte del sabor de su mestizaje, en cuanto a memoria cultural o ideológica no tiene mucho más.

Octavio Santa Cruz, 24 agosto 2007

[1] p 183, 239, 259
[2] p 193
[3] p 201, 241, 242, 256, 258
[4] babalao aparece en p 31, 81, 91, 95, 97, 141, 144, 145, 145, 146, 153, 157, 164, 166, 168, 169, 182, 183, 183, 183, 184, 184, 184, 185, 186, 186, 187, 188, 188, 192, 197, 200, 201, 201, 201, 204, 204, 204, 206, 207, 208, 213, 210, 225, 225, 254.