sábado, 28 de marzo de 2009

Winston Orillo nos habla de "El Paraíso del Diablo"



MURAL DE PALABRAS

Por Winston Orrillo

ORGÍA DE LA PARCA

Muy ocupada parece haber estado la innombrable. En pocos días, que para ella son apenas briznas de sueños, nos vimos privados de la presencia de gente que, con mayor o menor cercanía a nuestras laderas, formaba parte, sin duda, del universo heteròclito de las letras.

Poetas, periodistas, narradores han pasado los límites y ahora habitan allende el tráfago en el que –no sabemos por cuánto tiempo más- todavía discurrimos nosotros.

Guillermo Thornicke, periodista polémico, fundador y petardista de diarios, dueño de un estilo que muchos le admiran, pero, sobre todo, agitador de un gremio ahíto de contradicciones…Algunas de sus obras –a caballo entre la literatura y el llamado “nuevo periodismo”- seguramente serán estudiadas –y evisceradas- por las nuevas generaciones; el querido y denostado “pollogordo” que acumulara epítetos y ditirambos, concluyó su tránsito terrenal, en medio de la controversia de la que se salva su estilo y su perspicuo sentido de la oportunidad –que algunos, por cierto, no vacilan en llamar oportunismo.

Malgré tout (a pesar de todo) hay títulos suyos que se abren paso entre una maraña de textos –como el dedicado al truhán gobernante- y que –pienso en No, mi general y la saga sobre Grau- se aprestan a resistir el inevitable deterioro y la justiciera exégesis post mortem. Su última presea, sin embargo, fue la rutilante serie de revistas que, con el título de Martín, realizó para la USMP.

Blanca Varela ha sido calificada como la voz más alta de la poesía femenina en la centuria que amanece, y en la recientemente fenecida. Sus méritos, indudables, la hicieron poseedora de un estilo, preciso, concreto, para señalar las incongruencias de la vida en la postmodernidad, la misma que, sin embargo, la tomara -¡oh, paradoja!- como su representante más calificada, sin pensar en que, todo lo que escribía la autora de Ese puerto existe era, precisamente, la desmitificación de la sociedad inhumana que nos ha tocado padecer.

Quizá lo único que puedan objetarle mujeres poetas y combatientes –que las tenemos, ¡como no!- era su posición silenciosa que, algunos, podrían identificar como fácilmente asimilable por los que manejan el Establishment y a los que les conviene que los poetas sean calladitos, tìmidos y no participen de la hora de los hornos que padecemos, hasta que amanezca el mundo distinto, que ya sabemos posible.

Nicanor de la Fuente, “Nixa”: había pasado los cien años (murió ahorita mismo, en marzo, a los 107) y se mantenía lúcido, poseedor de una ironía que aprendió en sus aventuras vanguardistas que, lo sostenemos, nunca se conjugaron en pasado dentro de su espíritu juguetón. Era el poeta-símbolo de Chiclayo (a pesar de haber nacido en Pacasmayo, en 1902), adonde fuimos, hace unos años, con Manuel Pantigoso y otros, para rendirle un justo homenaje.

Las barajas y los dados del alba (1938) , fue uno de sus libros más representativos, Y, asimismo, La feria de los romances (1940) y Paisajes para colgar en la pared (1969): ¿alguien puede poner en duda su prosapia vanguardista? Pero “Nixa” además, y no solo por añadidura, fue un periodista de polendas: con una columna diaria en “La Industria” (desde 1952) , la convirtió en un verdadero mirador, en una atalaya, desde la que vio el discurrir de la vida en su otrora apacible capital del departamento de Lambayeque. Primo del gran Martín Adán (no olvidemos el nombre civil del autor de La casa de cartón: Rafael de la Fuente y Benavides), compartió con éste el espíritu desmitificador, la salutífera ironía que fue, por otro lado, característica corrosiva del vanguardismo que ambos practicaron a ultranza. Errare Humanum est: su único defecto: desde los tiempos aurorales del trujillano Grupo Norte, fue aprista toda la vida. Pero de los que creyeron en ese mito, que hoy yace en los basureros de la historia.

Y AHORA HABLEMOS DE LA AURORA: “FICO” GARCÍA SIGUE CREANDO

Luego de tanto obituario, volvamos a la vida. Se trata de Federico García, el inolvidable director de cine, el que nos hizo vibrar con el runa sini de Kuntur Wachana, Laulico, El caso Huayanay o Tùpac Amar:, por una decisión encomiable del Rector de San Marcos, ocupa la dirección de su Centro Cultural, en la histórica Casona del Parque Universitario.

Y es, desde entonces, otra la atmósfera que se respira allí. Plena de vida popular, el arte y la creación poliédrica discurren en las exposiciones pictóricas, los homenajes a los creadores vernáculos, las discusiones y polémicas sobre temas tan neurálgicos como “el poder mediático”, la presencia de las nuevas generaciones de bardos, los cantos de los coros, la música “telúrica y magnética” de los danzantes…en fin. Se trata nada menos que del cumplimiento del pensamiento de Vallejo: “Todo acto o voz genial, viene del pueblo, y va hacia él…”

Pero acá no concluye todo. Pues aquello es un ímprobo esfuerzo, qué duda cabe; sin embargo no ha obliterado el poder de la propia creación de Fico.

Y con un entusiasmo laudable lo vemos ganarle tiempo al tiempo de las tareas burocráticas, para entregarnos verdaderas preseas narrativas, como El paraíso del diablo, una novela que no vacilamos en calificar de fundacional y donde la trama, el ambiente y la cosmovisión –o, como la llamara el abuelo Kant: weltanschauung- nos embrujan y, a la vez, conmueven, al caer en cuenta que se trata, nada más y nada menos, que el substrato de nuestra cultura ancestral que se resiste a morir.

Muy bien escrita y poseedora de un lenguaje poético –como que su autor se iniciara con la publicación de textos en verso- la novela en referencia demanda más de una lectura, y, sobre todo, exige un lector crítico que, de repente, aún no amanece.

Pero, también, tenemos Piel de fuego, otra novela que, como río incoercible, es fruto de su talento. Mientras tanto sabemos que, en el momento que estas líneas aparezcan, igualmente estará pugnando por publicarse otro libro de este querido escritor y promotor cultural.

OTRO CHOLO GENIAL: JOSÉ LUIS AYALA

Qué hermosa es la palabra cholo cuando se aplica a nuestros hermanos, creadores impertérritos como el cholo Vallejo, el cholo Arguedas y, ahora mismo, el cholo José Luis Ayala.

Nacido en 1942 en Puno, si ustedes me preguntan cuántos libros tiene él, yo les respondo que, perdonen, pero no tengo a la mano mi calculadora.

Prolífico, torrencial y, sin embargo, tierno como los pukiales, José Luis es, ante todo, un poeta excepcional, pero también es narrador, antinovelista (Simón Bolívar, entre el amor y la guerra) y ensayista (Política cultural y política para la cultura) , biógrafo por antonomasia (su libro sobre Oquendo de Amat es una joya insuperable), y, como nosotros, como los hermanos de EDUCAP, es, básicamente, un hombre, un intelectual, un maestro (que ha trabajado en aula, no cabe duda) que cree en que un nuevo mundo es posible, y cuyos albores ya estamos empezando a columbrar.

José Luis, actualmente a cargo de la Página Cultural del único Diario progresista del Perú, hace periodismo con la convicción de que cada letra, cada línea, cada párrafo, cada página, deben estar al servicio del hombre nuevo, de aquel por el que lucharon Bolívar (a cuyos amores con Manuelita Sàenz dedica el libro delicioso citado líneas arriba) y con el que soñó Vallejo (otro de sus leit motiv) y el desiderátum de José Carlos Mariátegui, nuestro Amauta irrenunciable (al que dedica su libro Mariátegui y la inteligencia Perú-Boliviana).

Ayala tiene una trayectoria de creador que largamente ha superado las cuatro décadas, si contamos desde Viaje a la ternura, 1966, editado en Arequipa, y luego que ganara, en 1967, el Primer Premio “Sankayo de oro”, de los II Juegos Florales de Poesía Sur Peruana, realizados en Juliaca. Estos poemas fueron publicados en el libro Nosotros somos también seres humanos, que tiene como prólogo un texto de la excelente poeta arequipeña, Gloria Mendoza Borda, quien escribe, entre otros conceptos, que “La poesía de José Luis Ayala, y no solo la poesía, ha sido a lo largo de más de treinta años de laborioso trabajo, el esfuerzo de un escritor provinciano por afirmar su condición de poseedor de una cultura que va más allá de lo propiamente occidental. En su obra está la actitud del hombre por articular un discurso en el que no renuncia a los elementos culturales que lleva dentro de su nacimiento, y, más allá, dentro de una memoria colectiva. Aunque esta batalla comporta ubicarse dentro de los linderos de la inclusión y la exclusión en el sistema literario dominante. Existe en todo ello una visión distinta, común a muchos escritores peruanos de hoy, cuyo número y calidad empieza a crecer y establecerá –si no lo está haciendo ya- otro sistema literario más ajustado a la realidad nacional y la composición cultural del país, y en el que José Luis Ayala tiene un lugar importante”.

No podemos, finalmente, dejar de transcribir el último de los poemas de este libro esencial de José Luis Ayala:


Diez

Vengan a salvar a un hombre que agoniza
al borde de un charco de sangre.

Ayúdenme a levantar su cuerpo y decirle
que no se muera precisamente ahora,
cuando más falta n os hace su ternura.

Que los niños lo llamen por su nombre
y la muerte no se lo lleve esta tarde
en su brioso caballo negro.

Lleguen jóvenes, ancianos y mujeres.
Es un hombre del pueblo como nosotros
con una bala que le arrancó el corazón

Acudan todos los hombres del mundo
para decirles a los déspotas, nada es eterno
y no durarán los mecanismos del miedo.

Todo está dicho y no quieren reconocer
que nosotros somos también humanos.


Puno, 24 de setiembre-10 de octubre de 1967.